Trabajaba en cooperación internacional.  En 2008, un año antes del Golpe de Estado, me tocó acompañar un proceso en Honduras con dos organizaciones con amplio recorrido  y presencia en la zona. Era urgente perfilar líneas de acción que promovieran una nueva forma de participar y de ejercer la ciudadanía. Objetivos y líneas de acción realistas y ambiciosas que dieran respuesta a un contexto sociopolítico crispado y económicamente polarizado. La tarea no era fácil. El análisis y la situación de partida que iban describiendo, mostraba un contexto enmarañado, complicado. Lleno de violencia e impunidad. Un tejido social que se movía entre la incertidumbre y el miedo. Dos organizaciones con mucho compromiso, una apuesta clara pero con sus propias incertidumbres y miedos (personales y organizacionales). En aquel momento, desplegamos sobre la pared un papel largo, en blanco. Comenzamos a identificar las preguntas que surgían ante ese tiempo y ese lugar concreto en el país. Las respuestas, las fuimos desplegando directamente sobre aquel papel en blanco. Descentramos la conversación de las personas que participábamos del espacio. Y focalizamos nuestra atención en aquella hoja en blanco en la comenzamos a estructurar, poco a poco (con imágenes y palabras) una imagen sintetizada de conjunto, mientras que revelaba detalles que emergían de aquella narrativa global común. Aquella realidad enmarañada, se convirtió en un ovillo más ordenado del que fuimos soltando los hilos necesarios para tejer una propuesta de trabajo aterrizada, enfocada, que respondía a los retos y estaba aterrizada a la realidad y las posibilidades reales de las dos organizaciones que la iban a implementar. Aquello que construimos en aquella pared, juntos,  fue mi primer ejercicio de Visual Thinking, sin que yo supiera que lo estaba haciendo.

8 años más tarde, había pasado por Boston (donde descubrí la disciplina y la ciencia del Visual Thinking), había co-escrito un libro sobre Pensamiento Visual y había creado una empresa.  Y ya dedicaba mi actividad profesional a la comunicación, la facilitación visual y  el coaching de equipos. Mismo trabajo y enfoque. Desde otro lugar.

En 2016, una empresa consolidada en el mundo de la automoción, tenía el reto de comunicar lo que era y hacía, tanto hacia su plantilla de trabajadores/as (diversa y localizada en distintos lugares del mundo) como a sus clientes (mayoritariamente internacionales). Querían hacer “entendible” su propuesta. Una empresa con un enorme recorrido en la sistematización de sus procedimientos, sus sistemas de calidad y  en la implantación de un modelo de gestión propio que la había llevado a ser reconocida tanto en su entorno más cercano como también a nivel internacional. El discurso, la propuesta y el modelo eran complejos. Llenos de términos y procesos complejos. En algunos momentos entraba en pánico ante tal cantidad de flujos, procesos, iniciativas y acciones. En aquel momento, desplegué sobre la pared una papel largo, en blanco. Apagamos los ordenadores. Y nos preguntamos ¿qué  (nos) queremos contar? Poco  a poco fueron emergiendo los elementos principales que constituían el núcleo de la propuesta de su modelo de gestión. Y de ahí, surgieron nuevas ideas, visualizada con una enorme fuerza y que en su conjunto explicaban la totalidad de esas estrategias que en su conjunto explicaban con sencillez el conjunto de su propuesta y apuesta de negocio. De aquel ejercicio en común, creamos una nueva manera de contar lo que esa empresa hacía. Un relato más aprehensible, más entendible y con mayor potencial para ser comunicado y por ende para que otros se pudieran apropiar de él.

Las personas que utilizamos la recogida y la facilitación visual utilizamos la escucha y las habilidades del dibujo (¡sencillo!) para acompañar a las personas y a los equipos a profundizar en lo que está aconteciendo. Hacemos la realidad compleja, más visual, más comprensible. Simplemente, más sencilla. Más entendible. Más… aquí y ahora.

Cuando vemos nuestras palabras y nuestros pensamientos expresados frente a nosotros/as -en ese aquí y ese ahora, plasmados sobre el papel, tomamos mayor conciencia de lo que está ocurriendo en ese espacio. Entendemos un poco mejor. Vemos un poco más allá. Y si lo veo, si lo vemos, tenemos más posibilidades de dar un pequeño paso hacia otro lugar.

Los distintos desarrollos del  Visual Thinking,  que engloban entre otros:

nos abren en el trabajo con en nuestros equipos, en el desarrollo de nuestros proyectos, en nuestras reuniones o en nuestro trabajo diario, una enorme posibilidad que:

Cuando hablamos de Visual Thinking hablamos de un lenguaje. No se trata de dibujar. Se trata de sintetizar, de entender y hacer entendible. De visualizar un todo global y común que convive con el matiz de lo pequeño y diverso, la palabra con el silencio, lo explícito con lo emergente. Un lenguaje que nos ayuda a estructurar la información. Que facilita la (co)creación del proceso. Que favorece el dialogo, la conversación, la conexión (de ideas, de personas, de planos, de voces) . Que nos permite cuidar, mover y en algunas ocasiones (privilegiadas) de conmover. Y nos ayuda a comunicar y comunicarnos con mayor potencia y efectividad.

El uso del lenguaje visual  no es un acto de “dibujar y garabatear”: es un ejercicio que conecta mente y corazón para favorecer conversaciones , generar  alineación y  compromiso y desgranar soluciones o visualizar escenarios posibles. Y hacerlo con un lenguaje común. Que aglutina. Que hace horizontal la relación y el pensamiento en una organización.

El Visual Thinking está al alcance de todas las personas que quieren conectar con sus equipos y sus clientes. Al alcance de quien (se) quiere comunicar mejor. Al alcance de las personas y equipos de trabajo que apuestan por el cambio y por abrir la posibilidad a lo nuevo y lo emergente.

Porque la pregunta no es ¿se dibujar? La pregunta es… ¿quiero conectar, comunicar, sintentizar… más y mejor (con) lo que somos y hacemos (como personas, como líderes, como equipos y como organizaciones).