Valores sin forma. Formas sin valor. De valores clonados a anclas culturales que marcan la diferencia.
Hay palabras que se repiten como un eco en las organizaciones: calidad, innovación, eficiencia, trabajo en equipo, colaboración. Basta entrar en las webs corporativas para encontrarlas una y otra vez. Pero cuanto más se repiten, menos fuerza tienen. Son palabras que parecen importantes, pero que se diluyen porque casi todas las empresas declaran las mismas.
Y cuando llega el momento de representarlas visualmente, el problema se agrava: engranajes para la eficiencia, relojes para el tiempo, manos unidas o puzzles encajando para la colaboración. Iconos de catálogo que cualquiera puede descargar en segundos. El resultado: símbolos genéricos, intercambiables, sin vínculo con la cultura real de la organización.
Fondo y forma: inseparables
Un valor no se sostiene solo con palabras bonitas. Tampoco con un icono vacío. Necesita unir fondo y forma.
El fondo: lo que significa ese valor en tu organización. Los comportamientos que lo hacen visible. Las historias que lo sostienen. La manera en la que tu gente lo vive. Aquí es donde distinguimos entre:
- Valores aspiracionales (lo que decimos que queremos ser),
- Valores vividos (lo que realmente se practica),
- Valores reconocidos desde fuera (lo que perciben clientes, proveedores, sociedad).
Trabajar este fondo es clave para desenmascarar incoherencias y reforzar aquello que sostiene la identidad compartida en el día a día.
La forma: un icono propio, creado desde ese trabajo interno, que actúe como anclaje visual. Que solo con verlo, active una memoria compartida y convoque un “nosotros” cultural.

Fondo sin forma: vivencia sin anclaje | Forma sin fondo: adorno vacío | Fondo y forma juntos: anclas culturales que marcan la diferencia.
El desafío real
Lo difícil no es elegir una palabra bonita, sino sostenerla y cuidarla después.
- Superar las resistencias de quienes dicen “eso ya lo hacemos”.
- Evitar las inconsistencias entre lo que se predica y lo que se hace.
- Cerrar la brecha entre quienes diseñan los valores y quienes los viven.
Por eso fondo y forma deben trabajarse juntos: porque solo así el valor se convierte en brújula cultural y no en un eslogan vacío.
El mismo valor… vivido de formas muy distintas
Déjame mostrarlo con un ejemplo central: la colaboración.

Si buscas en Google “icono colaboración”, te aparecerán siempre las mismas imágenes: piezas de puzzle, manos que se estrechan, círculos de personas unidas. Son símbolos genéricos, intercambiables, que podrías encontrar en cualquier web corporativa. No cuentan nada propio, no transmiten la cultura ni la identidad real de una organización.
En cambio, cuando trabajamos el fondo de ese valor —lo que significa en tu empresa, cómo se ve en los comportamientos, cómo se vive en el día a día y qué logra movilizar— entonces sí podemos traducirlo en una forma única: un icono que ancle esa reflexión en un símbolo concreto, memorable y compartido.
Déjame mostrarlo con tres ejemplos reales de organizaciones a las que acompañé en este proceso:
En una gran empresa internacional de innovación y tecnología, la colaboración se dibujó como diversidad que mira al mundo. El icono final: personas con distintas formas de pensar, de distintos colores (el logo de la organización es sobre azules) convergiendo en un punto común que es el mundo y su foco en la internacionalización y el trabajo en equipo desde sedes dispersas a lo largo del mundo, como un mosaico que solo cobra sentido en conjunto.

En una pyme industrial de carácter familiar, la colaboración era apoyo mutuo y relevo generacional. Destacaban la importancia del “junto a”, aunque avanzar fuera más lento. El icono final del valor colaboración de eta emprsea: dos figuras enlazadas en gesto de acompañamiento, representando continuidad y confianza y de una organización con una cultura de mayor horizontalidad.

En una cooperativa local, la colaboración se vivía como esfuerzo de suma hacia arriba. El logo además invitaba a interpretarlo como una escalera en la que cada quien aporta poniendo su “pie” y contribución, apoyando y colaborando con otras personas para finalmente darle al “on”. El icono final: una secuencia de personas sosteniéndose, apoyándose mutuamente, en ascenso conjunto.
Tres organizaciones. Tres culturas. Tres símbolos distintos para un mismo valor. Eso lo hace vivo, reconocible y propio. Eso ancla. Eso genera identidad compartida.
Cómo mantener vivos tus valores en la organización
Trabajar un valor no termina cuando encontramos su símbolo, un icono. Para que de verdad se convierta en ancla cultural, tiene que estar presente en el día a día, como la lluvia fina que empapa sin que apenas nos demos cuenta.
Eso significa:
- Visibilizarlo en los espacios: paredes, señalética, materiales de uso cotidiano.
- Incorporarlo en los momentos colectivos: asambleas, encuentros, rituales de equipo.
- Reconocerlo y celebrarlo en la práctica: cuando alguien encarna ese valor, nombrarlo, agradecerlo, hacerlo visible para todos.
Solo así un valor deja de ser palabra o dibujo y pasa a ser experiencia compartida que sostiene la cultura.
Fondo y forma, sentido y significado
El Lenguaje Visual Estratégico permite justo esto: que los valores dejen de ser eslóganes o adornos clonados o vacíos y se conviertan en brújulas culturales que conectan con la identidad real. Un icono deja de ser un adorno vacío para convertirse en un anclaje vivo: recuerda historias, sostiene comportamientos y mantiene coherencia con el propósito.
Porque:
- Un icono de catálogo nunca contará tu historia.
- Cuando un valor encuentra su forma única, deja de ser palabra y se convierte en cultura viva.
- Y un símbolo vivo no solo representa: orienta, recuerda y mueve a la organización hacia donde realmente importa
Si quieres aprender a convertir tu valor en símbolo te enseño el camino. Y si lo que deseas es recorrerlo con tu organización, os acompaño en cada paso.
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